La revolución de los Claveles y la Transición política española
El Pueblo apoyó el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA)
Foto: Museu Nacional Resistência e Liberdade
M. Esther del Alcázar i Fabregat*
A 50 años del 25 de abril, recordamos cómo lo celebramos entonces y cuando sonaba el Abril 74 de Llach y corríamos ante los grises y sus cargas policiales. Alguna compañera nos lo recuerda cada año con el Grândola, Vila morena. Porque fue clave en la lucha de clases española. De un lado, reforzó en los obreros la idea de ruptura con el régimen, del otro, y precisamente por eso, era una amenaza para el franquismo que puso todos los medios para evitarla. Lo logró sólo con la ayuda de PCE, PSOE y CCOO. No hubo ruptura democrática sino Transición (1975-1978), una reforma del franquismo que hoy pervive en la judicatura, la policía y las FFAA.
Franquismo y salazarismo, almas gemelas Francisco Franco y Oliveira Salazar mantuvieron cuatro décadas, férreas dictaduras profundamente anticomunistas, con políticas autárquicas que condenaban a sus pueblos al oscurantismo religioso, el subdesarrollo económico y el atraso cultural, impuestos con una brutal represión. Se unieron ya ante el golpe de estado de 1936, y la ayuda de Salazar a los franquistas pasó de facilidades logísticas al envío de voluntarios, los “viriatos”.
En 1939, un par de semanas antes de la victoria franquista y previendo el estallido de la Guerra Mundial, firmaron un Tratado de Amistad y Cooperación –Pacto Ibérico a partir de 1942- 6 meses antes de que empezara, asegurando la neutralidad de la península. El Pacto siguió hasta 1977 apoyándose mutuamente a nivel internacional. Aún con la enfermedad invalidante de Salazar, su sucesor, Marcelo Caetano, fue el único jefe de gobierno extranjero que asistió a los funerales de Carrero Blanco, presidente del gobierno asesinado por ETA (1973).
El terror del franquismo al contagio de la revolución
En un contexto internacional marcado por el alza del movimiento obrero y popular desde el Mayo Francés del 68, el autunno caldo italiano del 69, la caída de los coroneles en Grecia en julio 74… la Revolución Portuguesa fue un aldabonazo a la puerta del decrépito franquismo. Las tensiones crecieron entre los que proponían apertura para evitar un proceso similar y el búnquer que exigía mano dura. El último gobierno del franquismo, el de Arias Navarro , osciló entre ambas.
Entre el 25A y la dimisión de Spínola en septiembre, Arias Navarro intentó una tibia apertura, con Juan Carlos como jefe provisional del Estado: reforma de la ley de asociaciones políticas «dentro» del Movimiento Nacional, y una somera reforma sindical “dentro” del Sindicato Vertical. Duró poco el intento y se tambaleó con la sola reivindicación del vasco por el obispo de Vitoria, las movilizaciones contra la ejecución de Puig Antich, y el atentado de ETA en una cafetería de Madrid.
Entre octubre del 74 y fines del 75, se optó por la represión tanto frente la lucha estudiantil con el cierre de la Universidad de Valladolid; las movilizaciones obreras contra una inflación del 19%; ante los atentados de ETA decretando el estado de excepción en Euskadi por tres meses; cesando al ministro Pío Cabanillas, por la “excesiva liberalización” de los medios… En verano, se había detenido a oficiales de las FFAA de la clandestina Unión Militar Democrática (UMD) que, al calor del ejemplo portugués, llegaron a reunir 200 oficiales. El fantasma del 25A se agrandaba y la “bolchevización”, y un decreto ley contra el terrorismo fue en la práctica un estado de excepción permanente. Las ejecuciones de 5 antifranquistas, con una enorme oleada de protestas dentro y fuera del país, la Marcha Verde marroquí que invadió y ocupó militarmente el Sahara, y la muerte de Franco, en plena “galerna de huelgas” de ese invierno que multiplicaban por diez las de años anteriores, cerraron el año. Aterrado, Arias Navarro, ofreció a EEUU declarar la guerra para aplastar la Revolución de los Claveles.
La represión siguió en el 76 con un
muerto en la huelga del calzado en Elda (Alicante),
5 en la del metal en Vitoria… Pero
no habían detenido al movimiento obrero: en julio el rey dimitió a Arias
Navarro con un marquesado, y nombró a Adolfo Suarez para evitar, con una
reforma, un 25A.
La traición política: de la ruptura a la
reforma
El PCE celebró el 25A: con él fortalecía su idea de una
ruptura democrática sin enfrentamiento civil. Pero, como la ruptura no podría
llegar aquí junto a un levantamiento militar -con un ejército fiel a Franco y
sin problemas bélicos-, aprovecharon haber construido CCOO como dirección del
movimiento obrero en su lucha antifranquista, para alentar esperanzas en una
ruptura pacífica por la movilización de clase. Apenas duró un año. Tras abril del 75, la
profundización de la revolución fue un inconveniente para un PCE que apostaba
por la moderación y el eurocomunismo. El PCE aceptó la monarquía
tras su legalización en abril del 77. Carrillo diría “La opción hoy no está entre Monarquía y República, sino entre
dictadura y democracia”. El PSOE ya
la había aceptado antes y, con financiación del SPD alemán, logrado que sus siglas y publicaciones fueran
toleradas desde marzo del 75.
El último intento de
una ruptura democrática mediante la lucha obrera, fue la huelga general del
12/11/1976 convocada por la COS por presión de las bases, con demandas laborales contra Suarez y políticas como
la amnistía y la ruptura democrática. Con un importante seguimiento, logró
romper los topes salariales, pero no los objetivos políticos.
La
oposición al régimen no se unió hasta marzo del 76 en la Platajunta. Pero en octubre, la mayoría de sus
componentes entraron a negociar con Suárez su Reforma Política que buscaba “legitimidad democrática” con un
referéndum bajo legislación franquista. En diciembre, se aprobó con un 94%.
Pero no fueron a votar o se abstuvieron 5,5M de electores, más del 24%.
La traición sindical: la concertación social de los Pactos de la Moncloa
Con las tibias reformas de Arias, la ilegal CCOO,
participó en las elecciones de representantes obreros dentro del Sindicato Vertical. UGT y CNT, se
negaron. CCOO se convirtió en la dirección sindical clandestina, con gran parte
de la militancia y la cúpula del PCE.
Ante el fulgurante ascenso del
filocomunista CGTP-Intersindical en
Portugal, CCOO aspiró a imitarle. Envió
cartas a la Intersindical
felicitándole por el fracaso de los golpes conservadores de septiembre del 74 y
marzo del 75, o la de cinco dirigentes desde la cárcel –entre ellos, Marcelino Camacho‒,
agradeciendo el apoyo en el Proceso 1001. La CGTP-Intersindical
había exigido la «liberación inmediata»
y realizado una campaña denunciando la persecución sindical. La presión
internacional logró la revisión de las penas y que el rey los indultara a cinco
días de la muerte de Franco.
CCOO, bajo influencia comunista, siguió
los pasos del PCE, siendo más crítico tras abril del 75. Si antes CCOO hablaba
de la necesaria “unidad obrera” sin
matices, luego puntualizó que debía ser una “construcción consciente y voluntaria de la clase, y no por decreto
alguno” para diferenciarse. El alejamiento de CCOO fue más tibio que el del
PCE, que congeló relaciones y se desmarcó del PCP. El sindicato mantuvo
relaciones incluso en el verão quente,
condenando “las actividades terroristas
de la reacción portuguesa e internacional”. Las simpatías de los
trabajadores y las bases de CCOO por el proceso luso estaban lejos del eurocomunismo del PCE. La colaboración
continuó tras la muerte de Franco, cuando ya CCOO se encaminaba a la concertación social.
UGT, compensó su pobre
implantación con la memoria histórica y el prestigio internacional (fundadores
de la CIOSL y la CES y únicos españoles). Así, ante la Revolución
de los Claveles y la unidad sindical por decreto, UGT rentabilizó el temor
de parte de la CES a un predominio sindical comunista en la Península, vetando
la entrada de CCOO y logrando apoyo logístico y económico de la CIOSL y del DGB
alemán, que reforzaron la posición de UGT por la concertación. Pero el distanciamiento del proceso luso, cuando era
ejemplo para la clase obrera, les hacía ser muy cuidadosos, como en las
declaraciones del histórico dirigente de UGT Pablo Castellano en el 76, “La revolución del 25 de abril tuvo –y
continúa teniendo‒ una enorme influencia en los pueblos [...] pero también
después … ha podido ser utilizada por la derecha española”. Y como tampoco se podían menospreciar las
simpatías por la Intersindical, UGT
junto CCOO y USO, impulsaron en otoño del 76, la citada COS como paso hacia “un sólido y eficiente sindicato unificado”,
aunque para UGT sólo era una “unidad de
acción” para lograr la libertad sindical. Conseguida ésta y legalizadas las
centrales, CCOO y UGT entraron de lleno en la concertación que culminaría en los Pactos de la Moncloa (1977)
traicionando los ideales rupturistas del movimiento obrero a cambio de la paz social. Unos
pactos firmados por los partidos, pero discutidos, avalados y garantizados por
los sindicatos contra importantes sectores de sus bases.
A la vez, se aprobaba la
Amnistía -incluyendo los criminales franquistas- (1977) y, atado el movimiento
obrero, la Constitución (1978). Llach cantaba “No era això companys, no era això, pel que varen morir tantes flors…”
Sí, no era por lo que murieron muchas de las 591 víctimas de la Transición, luchando por una ruptura que
no fue. Los franquistas lo habían logrado gracias a PCE, PSOE y CCOO que
amordazaron la lucha para negociar una reforma por
arriba para evitar una revolución desde abajo como el 25A.
* De Lucha Internacionalista